081_bail_9781400043941_art_r1

No empecé por los cuentos. Descubrí a John Cheever con Falconer (1977), esa novela que no tiene nada que ver con los suburbios y, como supe después, es prácticamente autobiográfica. Cheever, como Farragut, también fue un adicto, tuvo una pesadilla por familia, se casó siendo homosexual y en cierto modo, pasó por la cárcel. No mató a su hermano -Fred, ese lastre insoportable con quien vivió un episodio de incesto antes de los 20 años-, pero ocupó laliteratura para hacerlo: «Te asesiné en las páginas Falconer», le contó John a su hermano.

La historia es conocida: Cheever fue un escritor exitoso y aparentemente feliz. Sin embargo, después de su muerte The New Yorker -la revista que le compró casi todos sus relatos- publicó varias páginas de sus diarios revelando que era un hombre atormentado, triste y solitario. Una nueva biografía, escrita por Blake Baylei (quien también escribió sobre Richard Yates), insiste en lo mismo: Cheever lo pasó mal. Cheever: A Life tiene una gracia: Baylei tuvo acceso a todos los papeles del escritor. Entre ellos, las 4 mil páginas de su diario (Lo que dice NYTimes, Washington Post, Slate y The New Yorker).

A propósito del libro escribí una nota para La Tercera (aparece hoy -21 de marzo-, El Espía Solitario) y mientras buscaba información me topé con un video increíble. El 14 de octubre de 1981 The Dick Cavett Show recibió a Cheever y John Updike, amigos y próceres de la narrativa gringa. Dura media hora, y no sólo tiene la gracia de que junta a dos pesos pesados, además permite ver cómo era Cheever. Efectivamente, como anotó Rodrigo Fresán, tenía una «dicción engolada y patricia». Y por sobre todo, se ve tranquilo, amable, hasta feliz. Repite su famosa frase -«escribir no es una deporte competitivo»- y se ríe en varias ocasiones. Véanlo. Véanlo ya.

Dejo dos citas del diario de Cheever. La primera es clásica: entrañable y desoladora. 

«Llevo a Ben y a sus amigos río abajo a pescar. Arañas y abejorros entre las rocas de terraplén. La fuerza de este lugar, de este ambiente. Cenizas, latas de cerveza, las vías oxidadas, un tren de mercancías de cien vagones que desaparece por una curva, un viejo que vacía a vejiga por tercera vez en una hora, muchachos que tiran piedras, el viejo pescador en el bote provoca a los más pequeños y gasta bromas durante el catecismo, las parsimoniosas sonrisas de los pasajeros que viajan en tren el sábado y responden a nuestros saludos. Un lugar sin salida, pero muy tranquilo. Me siento allí, bebiendo cerveza, aunque temo que los chicos se caigan desde el puente del ferrocarril a la caleta. Aunque me parece que lo que temo es tener que tirarme al agua para sacarlos. Soy un cobarde»

La segunda cita es la que todo periodista literario debe tener a mano cuando escriba sobre la obra y figura de Cheever. 

«No nací en una verdadera clase social, y desde muy pronto tomé la decisión de infiltrarme en la clase media como un espía para poder atacar desde una posición ventajosa, sólo que a veces me parece que he olvidado mi misión y tomo mi disfraces demasiado en serio».

(La foto fue proporcionada por editorial Knopf. El crédito es de Stathis Orphanos)